¿Qué es?
De forma genérica, se denomina cáncer de hígado o carcinoma de hígado, a los tumores (proliferación incontrolada de células) que se producen en este órgano.
En condiciones normales, uno de los rasgos más característicos del hígado es su capacidad para regenerarse y renovar sus células, denominadas hepatocitos. La renovación de éstos se produce durante el mantenimiento normal del órgano o tras producirse una enfermedad o daño en el hígado. El tumor se genera cuando se produce algún error en este proceso y las células se multiplican sin control.
Frecuencia y tipos
El cancer de hígado es el 7º tumor más frecuente del mundo. En España, según el informe “Las cifras del cáncer en España 2021” publicado por SEOM (Sociedad Española de Oncología Médica), se estima que en 2021 ha habido 6.590 nuevos pacientes de este tipo de cáncer, afectando mayoritariamente a varones (casi dos tercios del total) y mayores de 60 años (80%).
El cáncer de hígado se clasifica de forma general como primario y secundario en función de su origen.
El cáncer de hígado primario tiene su origen en el propio hígado, distinguiéndose dos tipos fundamentalmente:
- El carcinoma hepatocelular o CHC es el cáncer de hígado primario más frecuente. Afecta a las células mayoritarias que constituyen el hígado, los hepatocitos. Este tipo de cáncer de hígado puede tener diferentes patrones de crecimiento: algunos comienzan como un único tumor que va creciendo y sólo en una fase avanzada de la enfermedad se extiende a otras partes del hígado. Un segundo tipo puede comenzar como muchos pequeños tumores en todo el hígado. Este tipo se observa con mayor frecuencia por la evolución de una enfermedad hepática crónica como la cirrosis.
- El cáncer de vías biliares o colangiocarcinoma es una forma poco común, pero agresiva de cáncer de hígado que comienza en las células que recubren los conductos biliares (tubos que llevan la bilis a la vesícula biliar) dentro del hígado. Entre el 10% y el 20% de los cánceres de hígado son de este tipo y, a diferencia del CHC, esta forma de cáncer primario es más común en mujeres que en hombres.
Por otro lado, el cáncer de hígado secundario o metastásico, ocurre cuando el origen del cáncer es otro órgano, pero se ha extendido al hígado. Los cánceres con mayor riesgo de metastatizar al hígado son el cáncer de colón, páncreas, estómago, pulmón o mama. El hígado es muy susceptible a este proceso, conocido como metástasis, debido a su función de filtrado de la sangre. Las células cancerosas que se encuentran en la circulación sanguínea pueden quedar acumuladas en el hígado y establecer un tumor maligno.
Estos tumores se denominan y se tratan en función de su localización primaria (donde empezaron). Por ejemplo, un cáncer que comenzó en el pulmón y se extendió al hígado se denomina cáncer de pulmón con metástasis hepática.
¿Cuáles son los factores de riesgo?
Entre los principales factores de riesgo para desarrollar cáncer de hígado se encuentran:
- Hepatitis: la hepatitis viral es el factor de riesgo más relevante para este tipo de cáncer en todo el mundo. Los virus de la hepatitis son virus que afectan directamente al hígado y se transmiten a través de la sangre o de los fluidos corporales. Los dos tipos más frecuentes son la hepatitis B y la hepatitis C.
- Sustancias tóxicas: el consumo de grandes cantidades de alcohol, tabaco u otras sustancias tóxicas capaces de dañar a las células hepáticas, es otro factor de riesgo del cáncer de hígado.
- Hemocromatosis hereditaria: aquellas personas que padecen de hemocromatosis hereditaria, enfermedad por la que el organismo absorbe y acumula en el hígado demasiado hierro procedente de los alimentos causando daño hepático, suelen presentar mayor predisposición a desarrollar cáncer de hígado.
- Acumulación de grasa: uno de los principales enemigos del hígado es la grasa. Enfermedades como la diabetes o la obesidad pueden provocar un exceso de depósito de grasa en el hígado, produciendo la afección conocida como la enfermedad del hígado graso no alcohólica (NASH, por sus siglas en inglés), factor de riesgo para desarrollar un tumor hepático primario. La NASH suele ser asintomática y difícil de identificar hasta que se diagnostica el cáncer de hígado o la cirrosis.
- Daño hepático crónico: cuando las células hepáticas se dañan, ya sea por una infección vírica, consumo de sustancias tóxicas, hemocromatosis o NASH, son reemplazadas por tejido cicatricial. Cuando la cantidad de tejido cicatricial del hígado es grande debido a daños repetidos en el tiempo se denomina fibrosis. Cuando las células están tan dañadas que no pueden regenerarse, la fibrosis puede progresar a cirrosis. Entre el 60% y 90% de los hepatocarcinomas se producen a partir de cirrosis. Por ello, es importante realizar seguimientos y prevenir la pérdida de función hepática y la aparición de la cirrosis.
La incidencia del cáncer de esófago se sitúa entre los diez cánceres más frecuentes en el mundo, pero presenta grandes variaciones geográfica.
Asia y África Central y del Sur son áreas de alta frecuencia (más de 100 casos por 100.000 habitantes/año). En Europa las tasas más altas de incidencia se presentan en Rusia, Francia, Reino Unido e Irlanda. España se encuentra, respecto al resto de Europa, en un término medio de incidencia (aproximadamente 8/100.000 hombres y 1/100.000 mujeres).
Según el informe de SEOM, la incidencia de cáncer de esófago en España es de 2358 casos suponiendo el 0.95% de todos los cánceres diagnosticados en un año. Ocupa el decimoctavo lugar de frecuencia en varones y el vigésimo tercero en mujeres.
Al no presentar una sintomatología específica, el diagnóstico del cáncer de hígado precisa el uso de pruebas que permitan confirmar la presencia de masas tumorales. En aquellos individuos con elevados factors de riesgo, como por ejemplo enfermedades hepáticas previas como la cirrosis, hemocromatosis o infección por hepatitis B, es fundamental la realización de pruebas periódicas, o cribado, que aún en ausencia de síntomas síntomas permitan la localización e identificación de tumores.
- Pruebas de imagen: permiten extraer imágenes detalladas del cuerpo con información específica sobre tamaño, forma y localización del tumor. El primer estudio que se realiza para examinar el hígado suele ser la ecografía (ultrasonido). La ecografía es la prueba estándar utilizada como cribado para la detección de nódulos hepáticos. La tomografía computarizada y la resonancia magnética ofrecen imágenes más precisas para detectar la propagación del tumor y cualquier metástasis.
- Biopsia:consiste en extraer una muestra de tejido, en este caso del hígado, para poder analizarlo y determinar su gravedad. En el caso del colangiocarcinoma, de frecuencia muy inferior a la del hepatocarcinoma, la realización de la biopsia se hace indispensable para su confirmación. Estas biopsias se realizan habitualmente mediante punciones externas (a través de la piel en la pared abdominal), pudiendo también realizarse mediante laparoscopia (inserción de un tubo delgado con iluminación a través de un pequeño corte en la pared del abdomen para observar el hígado).
- Análisis de sangre: la alfafetoproteína o AFP es una proteína que puede encontrarse elevada en la sangre de los pacientes con cáncer de hígado. Esta prueba no ofrece un diagnóstico definitivo debido a que el cáncer de hígado no es la única razón por la que los niveles de AFP aumentan, además, muchos pacientes en fase inicial tienen niveles de AFP normales. Sin embargo, es una forma sencilla de tener una “pista” y poder realizar otras pruebas que ofrezcan más información. La determinación de la AFP, es una de las pruebas estandarizadas en los programas de cribado.
- Pruebas de la función hepática: las pruebas de la función hepática a través de un análisis de sangre miden varios parámetros: proteínas, enzimas y sustancias producidas por el hígado. Si los niveles de alguno de ellos se encuentran fuera del rango normal, puede ser signo de fallo hepático.
La realización y elección de estas pruebas de diagnóstico dependerá de cada caso y cada detalle de las mismas serán comentadas junto con tu médico, quien te ofrecerá toda la información al respecto. Un diagnóstico precoz y la aplicación de programas de cribado que lo faciliten, resulta fundamental para iniciar un tratamiento lo más rápido posible y poder mejorar el pronóstico del cáncer de hígado.
La selección del tratamiento en cáncer de hígado puede depender de diferentes factores, como por ejemplo el momento del diagnóstico de la enfermedad, del estado del hígado y de las condiciones del paciente.
Existen diferentes alternativas de tratamiento:
- Cirugía: su objetivo es extirpar el tumor con márgenes libres, es decir, sin dejar enfermedad residual. Se considera indicada, con intención curativa, en estadios iniciales de la enfermedad, en pacientes con buena función hepática y en ausencia de factores pronósticos de recaída. Gracias a la capacidad de regeneración del hígado se puede llevar a cabo una resección parcial, en la cual se extrae únicamente la parte del hígado afectada. Puede extraerse hasta tres cuartas partes del hígado. Tras el procedimiento, el tejido hepático vuelve a crecer en unas pocas semanas.
- Trasplante de hígado completo: en caso de que el pronóstico sea negativo y los profesionales sanitarios prevean una mala evolución de la enfermedad, puede ser necesario un trasplante. El cáncer de hígado es de los pocos tumores en los que existe esta posibilidad gracias a su capacidad de regeneración. Durante el trasplante, se extrae todo el hígado y se reemplaza por el de un donante sano. Suele extraerse parte del hígado de personas cercanas al receptor. Tanto en el donante como en el receptor, el hígado generalmente se regenerará hasta alcanzar un tamaño normal sin afectar a su funcionamiento. Su principal inconveniente es la dificultad técnica de la intervención, la inmunosupresión a largo plazo, y la escasez de órganos para trasplante. De hecho, este procedimiento es posible solo cuando se cumplen criterios específicos y el médico es el encargado de valorar si el paciente puede someterse al trasplante. Con los nuevos tratamientos y los que están por llegar, se empieza a plantear la duda de si merece la pena trasplantar con los riesgos que conlleva.
- Tratamientos ablativos locales: la ablación consiste en la extracción o destrucción del tumor. Existen varios métodos de tratamiento local ablativo que pueden retrasar el crecimiento de las células tumorales, entre ellas, ablación por radioterapia, por embolización (oclusión de vasos sanguíneos), por calor o química. Las diferentes técnicas de este tratamiento local se pueden combinar entre sí y/o con otras terapias.
- Radioterapia: son relativamente comunes estrategias terapéuticas en las que se combinan la radiación con otras terapias. Sin embargo, la ubicación central del hígado exige una administración excepcionalmente precisa de la radiación a fin de evitar el daño de tejidos sanos del hígado o de los órganos cercanos. Existen técnicas innovadoras que permiten la administración segura de altas dosis de radiación a los tumores de hígado, y los ensayos clínicos de estas técnicas actualmente están incluyendo a pacientes con cáncer de hígado primario6.
- Quimioembolización transarterial (TACE): es la terapia más frecuente en el cáncer de hígado. Se trata de un tratamiento local (directamente a la zona tumoral) que combina la quimioterapia con la embolización. Esta última se trata de un procedimiento que permite impedir la llegada de la sangre al tumor. Es un procedimiento no quirúrgico y mínimamente invasivo realizado por radiología.
Debido al creciente número de alternativas terapéuticas es recomendable abandonar las estrategias de tratamiento local tan pronto como dejen de dar resultado. Un uso repetido e inconveniente podría provocar un deterioro de la función hepática y perder la posibilidad de acceder a otros tratamientos como los sistémicos.